martes, 13 de abril de 2021

Boceto de cuento de humor marino

 

Hacía días que el temporal azotaba fuera.

No ves las noticias, es fácil de entender, todo te importaba un pito de sireno.

A excepción del barco que fuiste a comprar a Tobago por una módica cantidad, 

que luego se acrecentó enormemente porque entre papeleos y arreglos, estuviste

dos años. El tiempo para las gentes del Caribe, es un espejismo. 

Salimos de casa despeinados y errantes bajo la lluvia, (sé que es algo recurrente, 

pero es que llovía sin parar, qué le voy a hacer), los muros combados de tanta 

agua ni la tierra tragaba, desmoronaban nuestros pasos. Querías ver si el barco

seguía anclado y volverte a dormir. La noche había sido larga y humeante.

Pensé en volver para ponerme las botas de agua verde botella, esas que me 

sirvieron para limpiar los fondos del barco herrumbrosos y cubiertos de no se qué,

qué era porque era una plasta inidentificable, pero seguí andando tras de tí 

porque me gustan las tormentas y el mar.

En la barca bailabas bambo (bailar no sé si bailabas, pero te bamboleabas), no te 

sostenías en pie, llegaste al velero, subiste a bordo por las escalerillas.

Me quedé esperándote en el muelle, no amarraste bien la barca y se la llevó el 

fuerte oleaje. Nos quedamos sin la Betty. Vivir en un barco anclado en una bahía y 

no poder salir de él, ya no me parecía tan romántico.

Gritando aunque sabía que era imposible que me oyeras, a ver qué carajo haces 

ahora, a ver quién va a recogerte, qué estás loco, cómo una puta cabra!!!.

Dejé  de verte, estarías comprobando el muerto, el velamen, el molino de viento, 

moría de preocupación, no se me ocurría qué hacer, ni a quién avisar para 

ayudarte.

Fui a tomar un café al bar de los pescadores, habían pasado más de dos horas y 

no llamabas.

Calada, empapada, chorreando furia, me traías detrás por la calle la amargura, 

el agua desbordándose de los zapatos, el pelo pegado a la cara, la ropa pesaba. 

Te llevabas por delante mi aire y mis texturas. 

Asomándome de vez en cuando, olas gigantescas columpiaban el velero.

Vestido de buzo con las aletas, el snorkel en la mano, anadeando por la carretera 

te ibas a dormir. Eso es lo que me gusta de tí. Que no me necesites y me hagas reír.



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