Hacía días que el temporal azotaba fuera.
No ves las noticias, es fácil de entender, todo te importaba un pito de sireno.
A excepción del barco que fuiste a comprar a Tobago por una módica cantidad,
que luego se acrecentó enormemente porque entre papeleos y arreglos, estuviste
dos años. El tiempo para las gentes del Caribe, es un espejismo.
Salimos de casa despeinados y errantes bajo la lluvia, (sé que es algo recurrente,
pero es que llovía sin parar, qué le voy a hacer), los muros combados de tanta
agua ni la tierra tragaba, desmoronaban nuestros pasos. Querías ver si el barco
seguía anclado y volverte a dormir. La noche había sido larga y humeante.
Pensé en volver para ponerme las botas de agua verde botella, esas que me
sirvieron para limpiar los fondos del barco herrumbrosos y cubiertos de no se qué,
qué era porque era una plasta inidentificable, pero seguí andando tras de tí
porque me gustan las tormentas y el mar.
En la barca bailabas bambo (bailar no sé si bailabas, pero te bamboleabas), no te
sostenías en pie, llegaste al velero, subiste a bordo por las escalerillas.
Me quedé esperándote en el muelle, no amarraste bien la barca y se la llevó el
fuerte oleaje. Nos quedamos sin la Betty. Vivir en un barco anclado en una bahía y
no poder salir de él, ya no me parecía tan romántico.
Gritando aunque sabía que era imposible que me oyeras, a ver qué carajo haces
ahora, a ver quién va a recogerte, qué estás loco, cómo una puta cabra!!!.
Dejé de verte, estarías comprobando el muerto, el velamen, el molino de viento,
moría de preocupación, no se me ocurría qué hacer, ni a quién avisar para
ayudarte.
Fui a tomar un café al bar de los pescadores, habían pasado más de dos horas y
no
llamabas.
Calada, empapada, chorreando furia, me traías detrás por la calle la amargura,
el agua desbordándose de los zapatos, el pelo pegado a la cara, la ropa pesaba.
Te llevabas por delante mi aire y mis texturas.
Asomándome de vez en cuando, olas gigantescas columpiaban el velero.
Vestido de buzo con las aletas, el snorkel en la mano, anadeando por la carretera
te ibas a dormir. Eso es lo que me gusta de tí. Que no me necesites y me hagas reír.
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