El árbol del amor explota de un rosa intenso, las flores le nacen del tronco con los
puños apretados, sus hojas desplegadas al rocío de la mañana son todavía
diminutos corazones que sobrevuelan por encima de mi cabeza como palabras
que no debo decir.
Este árbol es mío y yo soy suya, me sobrevivirá aunque
lo abandone a su suerte cuando me haya ido de esta
casa y de este mundo que a duras penas habitamos
los dos. Pero no por mucho tiempo, derribarán la casa
y se lo llevarán por delante.
Si alguien pregunta fuí yo quien lo sembró, lo regó, lo transportó de un lado a otro
en una maceta, hasta que lo planté en la tierra. A sus veinte años siempre he
estado a su lado. Es importante para mí y sé que él lo sabe. Las estaciones como
las emociones son pasajeras, y a eso me aferro para no tenerle miedo a nada,
porque no soy tan valiente.
Esta noche he librado una batalla, una mariposa blanca y negra blandía el aire
con una cola larga y sinuosa como la de un pájaro, extraña y siniestramente
hermosa como una espada. Llevaba una pinza agarrada a su cuerpo, un pasador
de pelo que se ha escapado de la cesta de los abalorios, revoloteando por la
habitación.
Parecía frágil y ligera y en mi inconsciencia la he atrapado para quitársela, tenía
una fuerza descomunal, el peso de la mariposa no era normal.
Oponía demasiada resistencia, temiendo hacerle daño pensando en que le haría
un bien, he estado a punto de soltarla pero cuando la he liberado de la pinza me he
sentido más liviana. He despertado ensangrentada y cubierta de sudor.
A través del espacio, he oído de madrugada como tañías la campana, un
toque preciso, absurdo e inviable. Sonaba imprudente y a idea equivocada, a final
y a principio, a que todo fue producto de mi imaginación. No creas que no.
Pronto, el árbol del amor, me dará toda la sombra que necesito.