martes, 25 de marzo de 2025

La lavadora

 Después de tanta lluvia sin tregua la prioridad era poner una lavadora y secar la ropa al sol. Había quedado para comer con una amiga a la que quiero como a una hermana. Nos habíamos peleado como se pelean a veces las hermanas, la echaba tanto de menos que me la había arrancado como se arrancaban antiguamente las muelas picadas, de un tirón, de un portazo, con un hilo atado al pomo de la puerta porque no había otra forma y cuanto antes, mejor. Cuando volvió la quería tanto, la quería mirar, escuchar, tenerla cerca, abrazarla hasta asfixiarla y estrangularla. Recogí la ropa que era urgente quitar de en medio, los calcetines, la ropa interior, el pijama, las toallas y la metí en la lavadora para que se fuera lavando mientras me daba una ducha y sacar mis cuernos contentos al sol. Pero la lavadora no arrancaba, no reberberaba el agua en su tambor. Muda, sin titubeos, sin rumiaciones, nada de nada, tras 15 años juntas, sin una queja, ni una avería, encendió sus lucecitas y se despidió de mí. Así que me entró tal agobio que me fui a casa de mi amiga, y me duché allí. Mi amiga es técnicamente más inteligente que yo, en ese sentido y en otros, pero en ese sentido la necesitaba más que nunca, ella sabría qué hacer, puse todas mis esperanzas en que se entendería con mi vieja y testaruda lavadora. Qué gusto desparramar los trapos limpios y blanquearlos como las almas de los fantasmas que se han quedado atrapados bajo la sábana entre esta vida y la otra.

 Después de comer fuimos a ver si se le habían pasado las ganas de morirse a la lavadora, pero no, ahí seguía con todas sus lucecitas encendidas como última voluntad. Mi amiga sabía lo que le pasaba exactamente, lo sé, porque el técnico que vino al día siguiente a verla porque yo no podía asumir su pérdida, me dijo exactamente lo mismo que me dijo ella. Después del diagnóstico de mi amiga electrónica y no sin darle unas cuantas patadas a la lavadora moribunda por si, metimos la ropa a punto de apulgararse en una bolsa porque ya estaba lloviendo otra vez y el técnico me dijo por teléfono que iba a tardar dos días y nos fuimos a la lavandería. Era la primera vez y estaba emocionada. He visto tantas veces en las películas la escena de la lavandería que esperaba que de un momento a otro ocurriera algo grandioso que cambiara el rumbo de nuestras vidas. Cuando vi la capacidad de las lavadoras me entraron ganas de volverme a mi casa y coger las cortinas, los cobertores y todos los cojines para que se los tragara también. En el templo iluminado rezaban en carácteres chillones, los logos de los dioses de la ropa limpia. "Tu ropa se va a lavar con Ariel" o " con Colon". Mi amiga echó los cinco pavos por la ranura, porque yo no llevaba monedas, encima. Mientras la ropa daba vueltas y rendía cuentas con Ariel, nos fuimos a seguir desmenuzando nuestras vidas con una manzanilla y una cerveza, que pagué yo porque tarjeta si tenía. La segunda parte de nuestra película particular me encantó. Las mujeres que habíamos visto antes, habían recogido sus coladas y se habían ido. Nuestra lavadora era la única explotada trabajando a esas horas, esperamos unos minutos y listo, sacamos la ropa de la lavadora la depositamos en los cestos de plástico dispuestos en las repisas, decepcionándome enormemente que no saliera seca, planchada y doblada. Estudiamos concentradas el programa de la secadora, metimos la ropa, también la colcha del sofá, que con la lluvia se pone perdida ya que a los animales les encanta dejar sus huellas impresas por todos lados. Aquí un poco de música de piano de tensión cinematográfica porque mi amiga no quiere que meta la colcha ya que no confía en que se seque, tira de ella hacia fuera, yo empujo para adentro, ella para afuera. Yo explico que si nunca para de llover, nunca se va a secar así que con la colcha dentro, cierro la puerta y ella introduce las monedas, presiona y empieza a funcionar la secadora de arriba, que está vacía. La secadora no tiene sistema de seguridad en la puerta así que se puede abrir en marcha, cosa que sólo se le ocurre a mi amiga, porque ya os digo que es muy lista, así que cambiamos rápidamente la ropa de una secadora a otra y nos sentamos muertas de risa a esperar los diez minutos que marca el tiempo de secado. Fuera ya es de noche, llueve, pero la lavandería está calidamente iluminada, mi colcha brilla y se estampa una y otra vez con el cristal de la secadora que ronronea bajito para no perturbar la paz que tanto anhelamos. Y hablamos lo que teníamos que hablar, esa conversación incómoda, real y necesaria que podía haber sido en otro sitio pero fue en la lavandería y no en el bar.

 Al día siguiente llamó el técnico para decirme que podía venir a ver qué le pasaba a mi lavadora e intentar arreglarla antes de lo previsto y vino. Era un día de ahogarnos todos y me dijo lo que ya me había dicho mi amiga, que el sistema eléctrico de la puerta se había jodido, que en realidad no le pasaba nada, que podría seguir con sus chapoteos concéntricos productores de espuma hasta mi muerte, pero que era imposible hacerle creer que podía hacerlo porque el sistema electrónico de seguridad de la puerta se había fundido, jodiendo la placa base a su vez y firmando su sentencia de obsolescencia programada.

 No es que no tuviera arreglo, lo tenía, pero con el dinero que me iba a costar me podía comprar una nueva. Sabiendo que tenía arreglo me costaba desprenderme de ella pero me acordé de pronto de todos los pelos de perro que se había tragado en sus quince años de servicio y pensé que ya iba siendo hora de que mi ropa dejara de salir más sucia de lo que entraba. Así que, asumí la pérdida de los veinticinco euros que pagué al técnico por el desplazamiento y los 10 minutos de su tiempo y le dí las gracias, acompañándole hasta la cancela de la calle con un paraguas porque ahora diluviaba y antes no, planteándome muy seriamente qué mierda había hecho con mi vida que no era doctora, cirujana, ginecóloga, psicóloga de lavadoras y aprender cómo se hace para que nadie te engañe y se cargue el sistema de seguridad que permite abrir la puerta, se desborde el agua y lo inunde todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario