domingo, 30 de noviembre de 2025

El anillo de oro

El calor es tan extremo que estoy tirada en el suelo como un trapo. Podría estar en otro sitio, pero soy un trapo y los trapos no piensan en una vida mejor.

Me hace falta una fuerza superior que me agarre de los picos, me levante, me meta en el agua   salpicando con estrépito y con rabia, me frote, me retuerza, me exprima, y me enjuague bien para colgarme a secar en el tendedero, fresca, clara  y tan limpia como los chorros del oro.  Como esos chorros de oro corriendo a placer bajo la superficie del agua de los ríos,  vetas de chorros de oro en el lecho de roca en lo más profundo de la tierra, me gustaría ver lo limpios que están.  No me gusta especialmente el oro, no tengo nada de oro y detesto con todas mis fuerzas ese brillo amarillo en relojes, collares y bolsos. Es que no lo tolero ni falso, ni verdadero por todo lo que representa.

El oro proviene del interior de estrellas supernovas que colapsan y una vez que se estrella contra la tierra y debido a su peso específico, relativamente alto, se entierra cada vez más y más profundamente en ella.

El oro es maleable, excelente conductor, no se oxida y dado que su punto de fusión es muy alto, resiste altas temperaturas, aunque pese demasiado y tanta ostentación te parezca de mal gusto, es por eso que nos acompaña desde hace miles de años.

En el principio de la historia del hombre, el oro se utilizaba para hacer ornamentos y joyería, en el antiguo Egipto se le consideraba un metal sagrado para llevar puesto en este y en el otro mundo como símbolo de inmortalidad.

Los etruscos debido a su biocompatibilidad lo utilizaron en odontología y no fue hasta el siglo IV a.c que empezó a ser acuñado como moneda.

No hay tanto oro,  en realidad es un metal escaso. Casi todo el oro que hay sobre la tierra lo tiene la iglesia, y el otro está en el fondo del mar.

Tengo una amiga doradora que esparce con sumo cuidado y delicadeza capas extremadamente finas y extremadamente caras, sobre las imbrincadas y retorcidas superficies de madera de pasos, retablos, marcos y yo que sé más objetos de culto y adoración.

Y a pesar de que le encanta su trabajo y tiene unas manos que valen oro, no le pagan lo suficiente, así que también hace deliciosas tartas y exquisitos pasteles, sin gluten, sin azúcar y sin oro.

Si yo me encontrara por un casual, subiendo una montaña o buscańdolo a drede, cirniendo la arena del rio, una pizca de oro, lo primero que haría, antes de gritar Oro!! y sin  que nadie me viese, sería tragármela inmediatamente, mientras  visualizaría como va sanando en su recorrido, mi cuerpo y mi alma.  

Y dado que no se puede digerir porque es un material inerte, ni se descompone, ni se absorbe de ninguna manera, y que  tal como entró, saldría,  me haría un anillo para tenerlo siempre conmigo, so pena de parecerme a Golum.

Y he aquí, después de tanta chapa y de haber puesto remedio a mi total ignorancia y desconocimiento sobre el oro, lo que os quería contar.

Hace un un par de años empecé a experimentar los síntomas de la perimenopausia, no me voy a extender sobre esa etapa que tenemos que transitar las mujeres porque hasta que no te pasa, no puedes ni entender, ni acercarte minimamente a lo que hace con unas y con otras y como te afecta, por mucho que te lo cuenten.  Es que estás viendo amargadas de la vida a tu madre y a sus amigas, que son tanto o más exageradas que ella, y lo que piensas es : No veas lo que les gusta llamar la atención con el abanico y sus aspavientos y que todo lo que les pasa es que están mal folladas.  Así tal cual. Y nada más lejos de la realidad.  Y aunque existan mujeres que no lo notan, afortunadas ellas, yo hablo por mí y por todas las que lo han sufrido antes que yo y por las que lo sufrirán después y os digo para que no os pille desprevenidas que es infernal y me suda el coño que digan que soy una exagerada como tu madre y como tu abuela, porque a mi madre no le ha pasado.

Por qué esto que nos sucede a la mayoría o a muchas de nosotras, no  lo explican  ni en el colegio, ni en ninguna parte?  porque no hay quien lo entienda, y nunca nos hemos puesto, ni propuesto entenderlo en condiciones, porque  como es una transición natural, que sólo sufrimos las mujeres, donde todo es un desvario de ovarios, hormonas,  ciclos menstruales irregulares, cortos  o largos, (el mio era de seis meses sin y de seis meses con regla ininterrumpida, un auténtico coñazo, valga la redundancia), pero como es algo normal, no te queda otra que joderte y encima estamos todas locas, pero de verdad.


Al segundo año de estar más desequilibrada que de costumbre, sin dormir, sufriendo combustiones espontáneas y sangrado durante seis meses, corriendo el riesgo de quedarme más  seca que una mojama, empecé a preocuparme seriamente.

Me preocupé, si, me preocupé, porque no se puede vivir sin hierro, sin sangre, sin memoria, sin sueño, sin energía y con el termostato estropeado y también porque había escuchado que hay mujeres a las que les duran los sintomas para siempre y estaba aterrorizada.

Así que fuí y le conté todo lo que me estaba ocurriendo a la ginecóloga y le pregunté lo de que si te podía durar toda esta mierda para siempre, con lo contenta que estaba con que fuera una mujer y presuponiendo que estaría de mi lado, que me entendería y que me lo explicaría todo super bien, sabéis lo que me respondió? que si me estaba cachondeando de ella y que tenía a más pacientes a las que atender. Para parar el sangrado de inmediato y para siempre me recetó unas pastillas, que una vez  leido el prospecto, no osé en tomar y me fui para mi casa más preocupada y más triste todavía.

Lo que solemos hacer las mujeres cuando nos pasan cosas de mujeres y que no sabemos o no podemos solucionar, es contárselo a nuestro círculo de mujeres  y  así andaba yo,  por esos andurriales,  con mi regla ininterrumpida, gastando más en salvaeslips que en toda mi vida fértil, escuchando experiencias menopáusicas de unas y de otras hasta que una de mis amigas, me dijo que me pusiera algo de oro en el ombligo, un pendiente, un anillo, daba igual, lo que fuese, pero de oro puro.

Primero me entraron unas ganas espontáneas de reirme en toda su bonita cara, pero la miré a los ojos y ví que me lo estaba diciendo en serio y además confío en ella, segundo, tenía bien claro que no me iba a tomar las pastillas corta-rollo esas y tercero que por probar no perdía nada.

Pero tenía un problema del tamaño de la medallita, del pendiente, crucecita, anillito o cualquier pizca de oro que no tenía, vaya, que no había oro, ni falso ni verdadero , ni del que cagó el moro, ni de ninguna clase en mi casa.

Mi amiga no dudó un segundo en prestarme el anillo de oro más bonito que he visto en mi vida y que había pasado de la abuela a su madre, y de su madre a ella para después heredarlo su hija y así sucesivamente hasta el fin de los tiempos, para que me lo pusiera en el ombligo durante el tiempo que tardara en retirárseme la regla, que estimaba  en un par de días, aunque podía, en algunos casos raros tratarse de una semana.

Y así, con un preciado y preciosísimo anillo de oro en el ombligo encapsulado con varias tiras de esparadrapo, fui por la vida, varios días con sus noches, cuidando de no perderlo ni muerta, hasta que al cuarto día se me retiró el periodo y dejé de sangrar completamente y pude devolver el anillo a su dueña con la más estupefacta

y agradecida de mis sonrisas.

Es por eso que entiendo, que el verdadero valor del oro radica en su poder curativo, porque todo en la naturaleza tiene un sentido, y ese es el sentido del oro, curar.

Por eso quien lo posee se siente protegido, fuerte y poderoso. Y de ahí vienen todas las parafernalias y demás paranoias a lo largo de la historia en torno al oro.

Le pediré a mi amiga que me envíe una foto de su anillo de oro, el más bonito del mundo, para hacerme uno igual.

A Cristina Pecellín.



 

 

 



 



Las fuentes de dónde he saciado mi sed de sabiduría sobre el oro son:

https://geologiaweb.com/

https://finagarcia.com/blogs/oro/historia-del-oro#:~:text=El%20oro%20en%20las%20civilizaciones,estaban%20hechos%20de%20este%20metal.

 


 



jueves, 17 de julio de 2025

Pieris brassicae

 Cada vez que veo una mariposa blanca

Sé que estás pensando en mí

Es la mariposa de la col y la veo por todas partes, incluso en las 

películas

Así que planté coles para alimentar a las orugas

que devoran las hojas de la col y

no dejan ni una.

Es costoso, pero ahora tengo

muchas pupas de las que emergerán cientos de mariposas blancas

pasado el invierno

Ya no me importará si piensas en mí

ni tampoco tendré coles.



 



martes, 25 de marzo de 2025

La lavadora

 Después de tanta lluvia sin tregua la prioridad era poner una lavadora y secar la ropa al sol. Había quedado para comer con una amiga a la que quiero como a una hermana. Nos habíamos peleado como se pelean a veces las hermanas, la echaba tanto de menos que me la había arrancado como se arrancaban antiguamente las muelas picadas, de un tirón, de un portazo, con un hilo atado al pomo de la puerta porque no había otra forma y cuanto antes, mejor. Cuando volvió la quería tanto, la quería mirar, escuchar, tenerla cerca, abrazarla hasta asfixiarla y estrangularla. Recogí la ropa que era urgente quitar de en medio, los calcetines, la ropa interior, el pijama, las toallas y la metí en la lavadora para que se fuera lavando mientras me daba una ducha y sacar mis cuernos contentos al sol. Pero la lavadora no arrancaba, no reberberaba el agua en su tambor. Muda, sin titubeos, sin rumiaciones, nada de nada, tras 15 años juntas, sin una queja, ni una avería, encendió sus lucecitas y se despidió de mí. Así que me entró tal agobio que me fui a casa de mi amiga, y me duché allí. Mi amiga es técnicamente más inteligente que yo, en ese sentido y en otros, pero en ese sentido la necesitaba más que nunca, ella sabría qué hacer, puse todas mis esperanzas en que se entendería con mi vieja y testaruda lavadora. Qué gusto desparramar los trapos limpios y blanquearlos como las almas de los fantasmas que se han quedado atrapadas bajo la sábana entre esta vida y la otra.

 Después de comer fuimos a ver si se le habían pasado las ganas de morirse a la lavadora, pero no, ahí seguía con todas sus lucecitas encendidas como última voluntad. Mi amiga sabía lo que le pasaba exactamente, lo sé, porque el técnico que vino al día siguiente a verla porque yo no podía asumir su pérdida, me dijo exactamente lo mismo que me dijo ella. Después del diagnóstico de mi amiga electrónica y no sin darle unas cuantas patadas a la lavadora moribunda por si, metimos la ropa a punto de apulgararse en una bolsa porque ya estaba lloviendo otra vez y el técnico me dijo por teléfono que iba a tardar dos días y nos fuimos a la lavandería. Era la primera vez y estaba emocionada. He visto tantas veces en las películas la escena de la lavandería que esperaba que de un momento a otro ocurriera algo grandioso que cambiara el rumbo de nuestras vidas. Cuando vi la capacidad de las lavadoras me entraron ganas de volverme a mi casa y coger las cortinas, los cobertores y todos los cojines para que se los tragara también. En el templo iluminado rezaban en carácteres chillones, los logos de los dioses de la ropa limpia. "Tu ropa se va a lavar con Ariel" o " con Colon". Mi amiga echó los cinco pavos por la ranura, porque yo no llevaba monedas, encima. Mientras la ropa daba vueltas y rendía cuentas con Ariel, nos fuimos a seguir desmenuzando nuestras vidas con una manzanilla y una cerveza, que pagué yo porque tarjeta si tenía. La segunda parte de nuestra película particular me encantó. Las mujeres que habíamos visto antes, habían recogido sus coladas y se habían ido. Nuestra lavadora era la única explotada trabajando a esas horas, esperamos unos minutos y listo, sacamos la ropa de la lavadora la depositamos en los cestos de plástico dispuestos en las repisas, decepcionándome enormemente que no saliera seca, planchada y doblada. Estudiamos concentradas el programa de la secadora, metimos la ropa, también la colcha del sofá, que con la lluvia se pone perdida ya que a los animales les encanta dejar sus huellas impresas por todos lados. Aquí un poco de música de piano de tensión cinematográfica porque mi amiga no quiere que meta la colcha ya que no confía en que se seque, tira de ella hacia fuera, yo empujo para adentro, ella para afuera. Yo explico que si nunca para de llover, nunca se va a secar así que con la colcha dentro, cierro la puerta y ella introduce las monedas, presiona y empieza a funcionar la secadora de arriba, que está vacía. La secadora no tiene sistema de seguridad en la puerta así que se puede abrir en marcha, cosa que sólo se le ocurre a mi amiga, porque ya os digo que es muy lista, así que cambiamos rápidamente la ropa de una secadora a otra y nos sentamos muertas de risa a esperar los diez minutos que marca el tiempo de secado. Fuera ya es de noche, llueve, pero la lavandería está calidamente iluminada, mi colcha brilla y se estampa una y otra vez con el cristal de la secadora que ronronea bajito para no perturbar la paz que tanto anhelamos. Y hablamos lo que teníamos que hablar, esa conversación incómoda, real y necesaria que podía haber sido en otro sitio pero fue en la lavandería y no en el bar.

 Al día siguiente llamó el técnico para decirme que podía venir a ver qué le pasaba a mi lavadora e intentar arreglarla antes de lo previsto y vino. Era un día de ahogarnos todos y me dijo lo que ya me había dicho mi amiga, que el sistema eléctrico de la puerta se había jodido, que en realidad no le pasaba nada, que podría seguir con sus chapoteos concéntricos productores de espuma hasta mi muerte, pero que era imposible hacerle creer que podía hacerlo porque el sistema electrónico de seguridad de la puerta se había fundido, jodiendo la placa base a su vez y firmando su sentencia de obsolescencia programada.

Valía lo mismo arreglarla que comprar una nueva. Me costaba desprenderme de ella sabiendo que tenía arreglo pero me acordé de pronto, de todos los pelos de perro que se había tragado en sus quince años de servicio y pensé que ya iba siendo hora de que mi ropa dejara de salir más sucia de lo que entraba. Así que, asumí la pérdida de los veinticinco euros que pagué al técnico por los 10 minutos de su tiempo y le dí las gracias, acompañándole hasta la cancela de la calle con un paraguas porque ahora si que diluviaba, planteándome muy seriamente qué cojones había hecho con mi vida que no era doctora, cirujana, ginecóloga, psicóloga de lavadoras para saber cómo se hace para que nadie te engañe y poder cargarte el sistema de seguridad de la puerta, para que se desborde el agua y lo inunde todo.