Bajo el cielo estrellado, por el único resquicio, salgo a despejar el terreno de
piedras, en el último poema que te escribo.
En profundos surcos desde Indonesia, Irlanda, Emiratos Arabes Unidos,
Paises Bajos, Canadá, Grecia, Japón, Francia, Cuba, Singanpur, Jordania, México,
Alemania, Rusia, Reino Unido, Bielorrusia, Sri Lanka, Perú, Rumanía,
Marruecos, Ucrania, Suecia, Argentina, Portugal, hasta el límite de mi
piel, entierro tu nombre desmenuzado y maldito, y tu disfraz, descansa en paz,
inofensivo.
Arrojo un puñado de palabras al fuego como epitafio por todo lo que he
aprendido, observo como ascienden, se desvanecen.
Farolillos de papel discurren con calma por los canales que nutren al mundo.
Deshojando el almanaque y echándole agüita a las aceitunas, a salvo y
agradecida, cura la herida.
Ojalá te anege la felicidad, si no en esta, en otra vida.
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