lunes, 22 de octubre de 2012

El dinosaurio de Monterroso

Era tan pequeña.
No sé ni como se acuerda.
Apenas tres años.
Salía al jardín arrastrando una manta, buscando el sol.
Desparramaba encima todos sus juguetes y al lado de la verja, que daba a la carretera, cruzando esta el mar, pasaba las horas.
Peleando con su hermano un año más pequeño, pero ostensiblemente más grande, obsesionado por destrozarle todos sus juguetes.
El sólo conservaba un pequeño dinosaurio de plástico duro.
El dinosaurio era más bien el arma con la que se valía para apisonar las historias que ella imaginaba.

Corría tras él, llamándole cabezón, cabezón, cabezón y volvía exhausta y agotada a su manta.
Era un día de primavera y hacía calor.
Entre lágrimas de rabia vio un monstruo gigantesco que la miraba por encima de la verja, por encima del mar, por encima de todo.
Algún maleficio había transformado el juguete de su hermano y amenazaba con aplastarla de una vez por todas.
Cayó inconsciente.

La plataforma que transportaba la descomunal figura de cartón piedra se había atascado justo delante de la verja del jardín, de camino a las fallas de Valencia.
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.


Soledad prosaica

En la perspectiva del sueño
Atisbé una luz
Fuí sólo a encontrarme con ella
Nos cruzamos
Era yo
Pero más joven y bella
El miedo
no le había hecho mella
Al verme corrió
Me cogió en sus brazos
Me besó
Andaba descalza por la arena
como yo.
Supe que me quería
Que siempre me había querido
Eres suave y bonita
Me dijo
Quédate conmigo
Tranquila.

Ánima-alada

Mariposas blancas me guiaron a la trampa.
Símbolos frenéticos, señales del destino.

Estrellitas de la suerte.
Estrellitas de la muerte.

De la muerte celestial.
Por celeste.
Por bestial.

En manojos, tan felices.
Inhumanas.
Futiles aleteos.
Polvos mágicos.

En sus alas de cristal de botella.
Furtivas explosiones de placer.

Ofrenda del tiempo malgastado.
Del amor licuado y manirroto.

Depósito exprimido, apisonado
del hipocampo
para perder la conciencia y vaciarme de tí.

Me la cantó un sapo venenoso con los ojos desorbitados que decía ser Charles Bukowski.
Estaba encantado y lo chupé.

Ver

Una escoba de palo
Una caja vacía
Lineas y surcos de una naranja recién caída
Unos versos de lana
Un barreño oxidado
Instantes, distantes
de una araña verde en un hilo mojado
Una ola rota
Un pequeño vistazo
Una tuerca sola que va
cuesta abajo..